Pasamos instantes, unos amontonados por la impaciencia de vivirlos en cada segundo, otros lentos, abatidos, desesperanzados, momentos de brazos caídos y sonrisas rotas en los labios. Estas mismas palabras que cité meses atrás vuelven a recobrar vida. Vuelvo a pensar en el tiempo y en la vida, en la vida y en el tiempo si lo preferís. Nos formamos por la suma de hechos tan simples, absurdos, complejos y jodidos como son los pensamientos. Dicha suma pues, es demasiado simple para tan complejas mentes. Tal disconformidad y la carencia de equilibrio entre mente-vida, da lugar a los quebraderos de cabeza que nos acechan en cualquier momento del día. Incluso en ocasiones, presentándose como amiga de las noches y confidente de los sueños; transformándolos así en pesadillas nocturnas con el único fin de hacernos expulsar toxinas por todos los poros posibles.
Llegados a este punto deberíamos plantearnos si somos o no culpables de ello; o si por el contrario es la conciencia la que juega con nosotros en función de su capacidad de asimilación o entretenimiento. Supongo pues, que el ideal para el ser humano es la total percepción de un equilibrio perfecto, lo digo gritando a golpes de voz que durante toda una vida nos encontramos ante la búsqueda de esa pieza deliciosa, ese pedazo de universo íntimo que sólo hemos conocido e inventando en nuestra memoria, un recuerdo que no tenemos pero deseamos y que nos empuja poderosamente a hacer lo que sea necesario para conseguirlo.
Nos encontramos en un mundo caracterizado y conocido más por sus errores que por sus virtudes. Seguramente porque ganan en cantidad y tal vez también en potencialidad. Por tanto estamos semi-condenados a luchar por la supervivencia en él. Un mundo lleno de vueltas y recovecos en el que basta con parpadear para que desaparezcan momentos tras momentos, pues para colmo, todo pasa relativamente rápido. Las experiencias que vivamos en él estarán ahí siempre, queramos o no. Pues sin experiencia no se entendería el concepto vida. El vaivén seguirá fluyendo constantemente, hasta que un día tengamos demasiado tiempo para pensar y nos dediquemos a observarlo todo minuciosamente. En ese instante, seremos pasto de la locura y de la enajenación.
Pero hay más. Si todo esto no es suficientemente complicado... debemos además, percatarnos y protegernos de los depredadores más feroces y peligrosos: los humanos. Ansiosos de glorias, y orgullo; hambrientos de venganzas, resquemores y mentiras; sedientos de envidias. Si me preguntan, diré que no creo en Dios al igual que no creo en los milagros. Por otra parte, creo en los pecados como ejes definidores y adjetivos en mayúsculas del mundo. Todos, absolutamente todos, estamos tan desesperados por sentir algo –cualquier cosa- que seguimos chocando unos contra otros y jodiéndonos el camino hasta el fin de los tiempos.
Me asusta. Mentiría si dijera que no tengo miedo. Al igual que mentiría si dijera que no existen diariamente pensamientos que se escapan de mi compresión. De todos modos, yo existo en la mejor forma que puedo. Dejo que el pasado forme parte de mi futuro y medio confirmo que el presente se me ha ido de las manos (como a todos quizás). Así pues me pregunto a mí misma (entre murmullos y demencias) con el fin de encontrar respuestas lógicas o mínimamente racionales: ¿Qué pasa? no tienes valor, tienes miedo, miedo de enfrentarte contigo misma y decir que está bien, que la vida es una realidad, las personas se pertenecen las unas a las otras, y de algún modo inexplicable es una forma de aproximarse a aquella falacia conocida con el nombre de felicidad. Considerándome un espíritu libre, un ser salvaje al que le aterra la idea de que alguien pueda encerrarle en una jaula. Tal vez ya lo estés querida. Viviendo en la jaula que me he construido yo misma y de la cual he perdido la llave. No importa que huyas, siempre acabarás tropezando contigo misma. Pero eh, vosotros también.
Presión opresión. Lo podemos designar cómo queramos, el caso es que la locura surge producto de estos dos factores. Verte obligado a actuar o incluso no hacerlo, contraponiéndote a ti mismo. Tus opiniones quedan atrás, tus pensamientos se vuelven invisibles, y tus sentimientos... bah! esos quedan en el olvido más lejano. Empiezan a volar sin necesidad de alas. Dejas de ser responsable de aquello que conocemos como voluntad propia, por causas externas. En este momento te ves incapaz de ver el mundo y/o comprenderlo. Ahora tengo la sensación en mis entrañas de estar completamente chiflada, delirio al pensar que nadie entiende qué y por qué escribo esto. La idea me hace sonreír de una forma extremadamente neurótica sin llegar a la locura, pero rozando la incertidumbre de saber si esto llegará a algún lado y si carecerá o no de un fin concreto.
Analizando a mi modo de ver; la ya mencionada locura con el síntoma claro de anteponer la mente y colocarla delante de absolutamente todo. Aquí es cuando los valores hacen su trabajo: el de joder o ser jodido; volviendo al equilibrio del mundo. Pues no es más esclavo aquel que vive por y para los demás, que aquel que no vive por ni para él. Permanecer aferrado a las decisiones erróneas y las culpabilidades que nos sangran la espalda a base de latigazos. Los principios morales que poseemos, en ocasiones no son más que la jodienda más evidente y más perjudicial para el bien de un mismo.
Recordando una vez más delirios surgidos con tiempo atrás, por favor que alguien me diga ¿dónde están los límites de lo moralmente correcto? ¿Quién pone la marca vital en lo que está bien o en lo que está mal? ¿cómo se determina cuando merece la pena arriesgar algo en la vida? Vivir por y para los demás. ¿Y sabéis lo peor de todo? Que aún habiendo actuado como creíamos podemos equivocarnos y es ese realmente el motivo que nos aterra y me atrevería a decir: que nos acojona.
Con el tiempo nuevos descubrimientos nos inundan, nuevas ideas están listas para ser devoradas, redefinidas. Este negocio es binario: vives o mueres. El como morimos está al antojo del destino, como vivimos depende de nosotros. Nosotros decidimos, (siempre sin tener en cuenta las ocasiones en que factores externos anulan nuestra capacidad deductiva). Podemos incluso equivocarnos reiteradamente intentando racionalizar las situaciones que vivimos. A esto cabe remarcar que los errores son la más sentida muestra de nuestra existencia y un privilegio curioso del que debemos disfrutar. Llego pues con esta reflexión, al final de algo que tal vez ni siquiera ha empezado.
Llegados a este punto deberíamos plantearnos si somos o no culpables de ello; o si por el contrario es la conciencia la que juega con nosotros en función de su capacidad de asimilación o entretenimiento. Supongo pues, que el ideal para el ser humano es la total percepción de un equilibrio perfecto, lo digo gritando a golpes de voz que durante toda una vida nos encontramos ante la búsqueda de esa pieza deliciosa, ese pedazo de universo íntimo que sólo hemos conocido e inventando en nuestra memoria, un recuerdo que no tenemos pero deseamos y que nos empuja poderosamente a hacer lo que sea necesario para conseguirlo.
Nos encontramos en un mundo caracterizado y conocido más por sus errores que por sus virtudes. Seguramente porque ganan en cantidad y tal vez también en potencialidad. Por tanto estamos semi-condenados a luchar por la supervivencia en él. Un mundo lleno de vueltas y recovecos en el que basta con parpadear para que desaparezcan momentos tras momentos, pues para colmo, todo pasa relativamente rápido. Las experiencias que vivamos en él estarán ahí siempre, queramos o no. Pues sin experiencia no se entendería el concepto vida. El vaivén seguirá fluyendo constantemente, hasta que un día tengamos demasiado tiempo para pensar y nos dediquemos a observarlo todo minuciosamente. En ese instante, seremos pasto de la locura y de la enajenación.
Pero hay más. Si todo esto no es suficientemente complicado... debemos además, percatarnos y protegernos de los depredadores más feroces y peligrosos: los humanos. Ansiosos de glorias, y orgullo; hambrientos de venganzas, resquemores y mentiras; sedientos de envidias. Si me preguntan, diré que no creo en Dios al igual que no creo en los milagros. Por otra parte, creo en los pecados como ejes definidores y adjetivos en mayúsculas del mundo. Todos, absolutamente todos, estamos tan desesperados por sentir algo –cualquier cosa- que seguimos chocando unos contra otros y jodiéndonos el camino hasta el fin de los tiempos.
Me asusta. Mentiría si dijera que no tengo miedo. Al igual que mentiría si dijera que no existen diariamente pensamientos que se escapan de mi compresión. De todos modos, yo existo en la mejor forma que puedo. Dejo que el pasado forme parte de mi futuro y medio confirmo que el presente se me ha ido de las manos (como a todos quizás). Así pues me pregunto a mí misma (entre murmullos y demencias) con el fin de encontrar respuestas lógicas o mínimamente racionales: ¿Qué pasa? no tienes valor, tienes miedo, miedo de enfrentarte contigo misma y decir que está bien, que la vida es una realidad, las personas se pertenecen las unas a las otras, y de algún modo inexplicable es una forma de aproximarse a aquella falacia conocida con el nombre de felicidad. Considerándome un espíritu libre, un ser salvaje al que le aterra la idea de que alguien pueda encerrarle en una jaula. Tal vez ya lo estés querida. Viviendo en la jaula que me he construido yo misma y de la cual he perdido la llave. No importa que huyas, siempre acabarás tropezando contigo misma. Pero eh, vosotros también.
Presión opresión. Lo podemos designar cómo queramos, el caso es que la locura surge producto de estos dos factores. Verte obligado a actuar o incluso no hacerlo, contraponiéndote a ti mismo. Tus opiniones quedan atrás, tus pensamientos se vuelven invisibles, y tus sentimientos... bah! esos quedan en el olvido más lejano. Empiezan a volar sin necesidad de alas. Dejas de ser responsable de aquello que conocemos como voluntad propia, por causas externas. En este momento te ves incapaz de ver el mundo y/o comprenderlo. Ahora tengo la sensación en mis entrañas de estar completamente chiflada, delirio al pensar que nadie entiende qué y por qué escribo esto. La idea me hace sonreír de una forma extremadamente neurótica sin llegar a la locura, pero rozando la incertidumbre de saber si esto llegará a algún lado y si carecerá o no de un fin concreto.
Analizando a mi modo de ver; la ya mencionada locura con el síntoma claro de anteponer la mente y colocarla delante de absolutamente todo. Aquí es cuando los valores hacen su trabajo: el de joder o ser jodido; volviendo al equilibrio del mundo. Pues no es más esclavo aquel que vive por y para los demás, que aquel que no vive por ni para él. Permanecer aferrado a las decisiones erróneas y las culpabilidades que nos sangran la espalda a base de latigazos. Los principios morales que poseemos, en ocasiones no son más que la jodienda más evidente y más perjudicial para el bien de un mismo.
Recordando una vez más delirios surgidos con tiempo atrás, por favor que alguien me diga ¿dónde están los límites de lo moralmente correcto? ¿Quién pone la marca vital en lo que está bien o en lo que está mal? ¿cómo se determina cuando merece la pena arriesgar algo en la vida? Vivir por y para los demás. ¿Y sabéis lo peor de todo? Que aún habiendo actuado como creíamos podemos equivocarnos y es ese realmente el motivo que nos aterra y me atrevería a decir: que nos acojona.
Con el tiempo nuevos descubrimientos nos inundan, nuevas ideas están listas para ser devoradas, redefinidas. Este negocio es binario: vives o mueres. El como morimos está al antojo del destino, como vivimos depende de nosotros. Nosotros decidimos, (siempre sin tener en cuenta las ocasiones en que factores externos anulan nuestra capacidad deductiva). Podemos incluso equivocarnos reiteradamente intentando racionalizar las situaciones que vivimos. A esto cabe remarcar que los errores son la más sentida muestra de nuestra existencia y un privilegio curioso del que debemos disfrutar. Llego pues con esta reflexión, al final de algo que tal vez ni siquiera ha empezado.
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