Palabras. Música. Melodias y sensaciones. Considerados como los ejes rotativos de, como mínimo mi mundo. No me importa reconocer que después de todo, escribo incoherencias que pocos afortunados entienden. De verdad, no me importa. Hoy me siento diferente. Me abruman los recuerdos y la nostalgia; al mismo tiempo que una sensación tan placentera como indescriptible; a pesar de las dificultades, lo voy a intentar.
Repito: palabras. Palabra como la gran fuente de expresión del hombre, directamente relacionado con el prodigio del lenguaje de la poesía. Para muchos, y me incluyo, refugio de almas proscritas, de quejosas veladas de soledad acompasada. Pocos conscientes pueden admirar el poder y la magia de esas creaciones sintácticas perfectas, que aparentemente no dicen nada... pero que lo dicen todo.
Ingénua de mí al pensar que nada podía llevarme más allá de los sentimientos que pudieran evocarme un par de hojas impregnadas de letras (sin menos preciar a éstas) Pero evidentemente estaba más que equivocada. Al sonido de poesía sabiniana sabía que existía una perfecta combinación de literatura-melodía. Lo que no sabía esque descubriría en unos jóvenes cantautores, relativamente cercanos, algo tan inmenso. Intenso. Así llegamos al segundo punto preciso e indispensable: la música. El don de la música, tocar lo que quieras y como quieras, siempre que quieras dijo un genio. Música, donde nada es verdad y nada mentira. Ellos, vosotros, tú, tú... dejando atrás la superficialidad de cualquier otra canción con un sentido excesivamente claro. Adiós presentación, nudo y desenlace; bienvenidos al mundo sentimiento y pasión. Recursos estilísticos dejando la piel al desnudo, cubriendo cada cuerda de tu guitarra. Ambigüedad y misterio sugerente e inspirador; con la capacidad incomprensible de llevar las emociones a su nivel más alto.
Sonará soez, tal vez; pero solo puedo describir como orgásmica la sensación cuando ambos conceptos, poesía y música, interactuan a la par. Revuelo de insectos estomacales. Una bandada de mariposas a modo de revoloteo continuo por mi tripa. Mariposas en cada nota, en cada acorde. Mariposas en cada estrofa, acompañando a cada verso.
Puede resultar desconcertarte ahora, dirigirme a mí repentinamente. Aunque también es cierto, que si de algo carece este conjunto delirante de párrafos, es de objetividad. Sería impensable acabar estas líneas sin hacer mención a la noche más inolvidable que el destino, en el caso de que exista; me ha regalado. Siempre he considerado la noche como el momento más esotérico del día; aquel veintisiete de febrero, sin duda lo fue. Una noche impregnada de ilusión, anhelo, de aliento. Ahora sólo me quedan las ganas de más y más. La apatía y la añoranza vencidas ante un desatado ímpetu megalómano, enigmático y delirante que me hace recordar. Recordar y sonreír. De nuevo, esa sensación... las dichosas mariposas que me recuerdan una y otra vez, que existe un nuevo género dentro del mundo de la literatura. Espontáneamente y en voz muy alta me sale un -gracias-; gracias por venir conmigo diariamente, por la capacidad de dar nombre a lo indefinible; y gracias sobre todo por compartir cada una de las palabras que brotan con vida propia, embriagadas de emociones desquebrajadas, a la vez que construidas con minuciosa delicadeza.
Así pues, hoy brindo serenamente por las emociones. Por los sentidos agudizados, por las sensaciones indescriptibles y por los suspiros provocados. Los cuales espero... no acaben nunca.
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